Nuestros deseos
Debo confesar que a veces vuelvo a escuchar sus notas de voz. Escucharla me calma, me recuerda que el mundo es bello y puede ser sencillo. Quizás es solo una ilusión, pero me hace sentir que ella está cerca. Tan próxima que me habla al oído.
Sigo esperando que un día de estos se fije en mi. Quizás si le presto mis ojos, ella podría verme como yo la veo.
No hay mucho que yo pueda hacer, hoy volvió a ignorar mis mensajes. No quisiera llamarla y que me conteste solo por pena. No quiero su compasión. Ella es demasiado amable como para romperle el corazón a un hombre tan enamoradizo como yo. Quizás ahí se equivoca y debiera rechazarme como Dios manda.
Mientras tenga la más mínima posibilidad, mantendré la esperanza de tomarle la mano y darle un beso. La tenue esperanza que esconde un quizás. No sé que es lo que le podría estar impidiendo darme la oportunidad de hacerla sonreír todos los días.
Me puedo conformar con llamarla y darle consejo. A veces me da por consolar su espíritu fatigado por la faena. Es la única forma que se me ocurre que le puedo devolver favor. Esa caridad que ella hace conmigo de forma tan inconsciente. Poner mis manos sudorosas, acelerar mi pulso y temblar.
No es suficiente, pero me conformo con la simplicidad de su sonrisa. Por lo menos, me queda el consuelo que la hago reír. Que disfruta de mi compañías, que me tiene aquí cuando me necesita.
Estoy plenamente consciente que, cómo decía Cervantes Saavedra, no todo lo que se ama se desea, ni todo lo que se desea se ama. Pero, debo confesar que ella me provoca un gran deseo y una ganas terribles de amar. Desearía estar más tiempo con ella, aunque puede que ni la eternidad alcance.